Ya que estamos expuestos a que nuestra conciencia reciba influencias que le cieguen de su natural capacidad para distinguir lo bueno y lo malo, es bueno tener referencias claras que nos ayuden. Dios ha dispuesto que así sea, y nos lo ha facilitado. Éste documento pretende explicar cómo Dios nos da las pautas de lo más propiamente humano para que no nos desviemos.
El Decálogo
El saber moral es un saber difícil. Ningún hombre puede alcanzarlo con plenitud por sí mismo, porque ninguno puede reunir toda la experiencia necesaria. Cada hombre no puede conocer por sí solo el sentido y el alcance de todas las acciones humanas. Necesita la experiencia moral de otros para formar la propia conciencia. Ordinariamente recibimos la educación moral de la cultura en la que nos movemos.
Pero esto tiene sus problemas. El comportamiento humano es un asunto tan complejo y tan delicado que son frecuentes las perplejidades, las imprecisiones y los errores. De hecho, existen, como hemos visto, divergencias entre las formulaciones morales de las distintas culturas.
Por esa razón existe también una moral revelada. Los cristianos creemos que Dios ha querido comunicar los principios morales más importantes, para que queden al alcance de todo el que los quiera poseer: para que muchos, fácilmente y sin mezcla de error puedan alcanzar la verdad sobre los principios fundamentales que rigen la vida humana.
A grandes rasgos, esa enseñanza moral está condensada en el Decálogo; es decir, en los Diez Mandamientos. Moisés los recibió del mismo Dios para que los transmitiera al pueblo judío y constituyeran su código moral y el testimonio de su alianza con Dios.
Por un error de perspectiva, puede haber quien no entienda este gesto. Quienes piensan que la moral es una cosa privada pueden interpretarlo como una intromisión inaceptable, aunque sea de Dios. Pero se trataría de un error de planteamiento. La moral no es algo privado. Se funda en la verdad de las cosas y consiste en emplear la libertad del modo que es digno de un hombre. Ser ayudado en la tarea de conocer la verdad no es una ofensa.
La enseñanza de la ley no coarta la conciencia, sino que la ilustra y le permite juzgar con rapidez y seguridad. Hay que agradecer a Dios esa luz que nos guía. Dios que es el creador de todas las cosas y el que mejor conoce el corazón humano, es el más indicado para enseñar lo que conviene al hombre. No hay que olvidar que cristiano se define como discípulo de Cristo: cristiano es el que aprende de Él.
En estos Diez Mandamientos se resumen los principios fundamentales que rigen la vida humana. Dios quiso expresarlos de una manera conveniente para el pueblo que tenía delante. Por eso su formulación es muy sencilla, al alcance de todos. Sin embargo encierran de manera suficiente la sabiduría de la vida.
Los tres primeros mandamientos se refieren al trato con Dios y son:
I. “Amarás a Dos sobre todas las cosas”.
II. “No tomarás el Nombre de Dios en vano”.
III. “Santificarás las fiestas”.
Interesa ya poner de manifiesto la enorme fuerza del primero y principal mandamiento, que es el eje de toda la moral. Los mandamientos no son, como se puede ver, un conjunto de prohibiciones, sino que tienen como guía este objetivo moral tan elevado y absoluto: “amar a Dios sobre todas las cosas”.
A continuación vienen los otros siete, en los que se detallan esquemáticamente las obligaciones que tenemos hacia los demás.
IV. “Honrarás a tu padre y a tu madre”; que señala, en su sentido más amplio el respeto que merecen todos los que están constituidos en autoridad, y la veneración que merecen los padres.
V. “No matarás”: en el que se resume la prohibición de hacer cualquier daño a la persona física y moral del prójimo.
VI. “No cometerás actos impuros”. En el que se prohíbe un uso desordenado de la sexualidad.
VII. “No robarás”. En el que se pide justicia en las relaciones con los demás.
VIII. “No darás falso testimonio ni mentirás”. En el que se nos pide vivir en la verdad y hablar siempre con verdad.
IX. “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”. En el que se prohíben los malos deseos y pensamientos.
X. “No codiciarás los bienes ajenos”. En el que se prohíbe el deseo de quitar a otros sus bienes o adquirirlos injustamente.
Se trata de un código simple, preparado para que lo pudiera aprender de memoria aquel pueblo. Pero allí está todo. Toda la moral se puede compendiar en estos diez preceptos. Y aun ser resumida en dos. Según se narra en el Evangelio de San Mateo (22, 34), cuando Jesucristo fue preguntado acerca de estos Diez Mandamientos, respondió que se resumían en: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”. “Amar a Dios sobre todas las cosas” es el compendio de los tres primeros mandamientos del Decálogo y “amar al prójimo como a uno mismo”, el compendio de los siete siguientes.
Entre los Mandamientos, hay preceptos que están formulados positivamente y expresan lo que hay que hacer. Y otros que tienen una formulación negativa y dicen lo que se debe de evitar. Los positivos ilustran acerca de los deberes elementales: cómo amar a Dios o cuidar de los padres. Los negativos, en cambio, rechazan conductas que dañan los bienes ajenos o que suponen un desorden entre los bienes propios.
Los preceptos negativos delimitan, por debajo, el campo de la moral. Pero la moral no consiste simplemente en evitar el mal; esto es solo el umbral mínimo; la moral consiste, sobre todo en hacer el bien: y tiene unas dimensiones inagotables. Los preceptos positivos enseñan en qué consiste la perfección humana, y permiten proponérsela como horizonte de vida. Estos Diez Mandamientos nos enseñan que la plenitud humana se realiza cuando llegamos a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Este es el orden de los amores del hombre.