Educar desde la Familia

«Me ha correspondido ejercer de padre a tiempo completo. Lejos de quejarme, confieso que me he divertido mucho y declaro que estoy muy orgulloso de la educación que mis hijos me han dado».
Germán Dehesa, en su libro: “No basta ser Padre”.

 

Es común escuchar sobre la familia como el núcleo de la sociedad, y nadie duda del papel tan importante en la formación de la persona, su necesidad para acompañar a los jóvenes en su desarrollo mientras pasan a convertirse en adultos independientes, y formar ellos mismos su propia familia. Pero es más difícil encontrar donde nos hablen de cómo desempeñar esa función tan especial y de gran trascendencia.

Hay algunos puntos esenciales que conviene cuidar en el ambiente familiar, y que si se cuidan, descubren el secreto de cómo lograr que la familia sea familia para sus hijos. Vale la pena revisar si se viven estos puntos en el hogar, y cómo poder mejorarlos.

Un primer punto esencial es la disponibilidad. Las cosas que queremos que salgan adelante, implican tiempo y dedicación. También los hijos necesitan que se les dedique tiempo. Tiempo para explicar tranquilamente las razones de nuestro actuar, si tenemos que negarles algo; para escucharlos; para conocerlos, y entonces poderlos guiar más acertadamente; etc.

Si sabemos dedicar tiempo  –que además es lo que habitualmente nunca tenemos–, lograremos transmitir de forma real (¡y creíble!) que se les quiere. Se sentirán amados auténticamente, y ayuda a los padres a tener más autoridad para que, cuando les tengan que negar algo, puedan entender que en el fondo los aman y quieren lo mejor para ellos; no es más importante el pastel que se está cocinando (aunque quizá está en el horno y  también necesita de la atención de la madre) que ellos. Así, el cariño les entra por los ojos.

También es muy importante la comunicación… pero la buena comunicación. Y comunicarnos no quiere decir “soltar sermones” cada vez que hablemos con ellos. No tenemos que hacer un gran discurso por cada cosa que hacen y que no nos gusta, o nos parece mejorable. Eso siempre se convierte en una barrera de la comunicación, pues el hijo que los recibe, aprende a que, cada vez que el adulto dice «tenemos que hablar», es porque le esperan unos minutos de una tediosa escucha que parece eterna e insoportable.

Lo mejor es escoger los temas de mayor importancia, y en ellos ser muy comunicativos y tajantes, no ceder ni un poco; y por el contrario, no desgastarnos en temas que no sean tan esenciales para su desarrollo.

Y, el mismo tema desde otro punto de vista, aprender a escuchar (aquí incluyo el saber comprender y apoyar). También se crean barreras de comunicación cuando el que casi siempre habla es el adulto. Hay que lograr que en las conversaciones, el que hable un 75% sea él, y el padre/madre tan sólo el 25%.

Otro elemento esencial también en la educación desde la familia es ir por delante. Para poder educar desde la familia, hace falta tener coherencia. No podemos esperar que los hijos entiendan la importancia de estudiar tan solo porque se lo repetimos muchas veces, mientras que ellos no nos han visto nunca estudiando, leyendo revistas propias de la profesión que llevamos, profundizando en los temas de mayor interés en nuestra especialidad, actualizándonos en las áreas que competen a nuestro trabajo, etc.

Es importante que les transmitamos las cosas no sólo con palabras, sino con el ejemplo. Y para motivar, sirve mucho diseñar un proyecto personal nosotros, que nos proyecte a ser mejores. Así, podremos ir platicando en momentos informales de nuestros logros y avances, lo que conseguirá que se vaya impregnando el ambiente familiar de un “ir mejorando” constante; no sólo le exigimos que luche y se esfuerce, sino le acompañamos en su lucha, luchando nosotros también. Y entonces, también podremos, y con toda autoridad y credibilidad, diseñar con ellos un proyecto personal, que les anime y dé sentido a lo que hagan hoy, que les saque de lo rutinario que puede resultar su deber de estudiar.

A veces queremos que no se dediquen tanto al celular, la computadora, los videojuegos; pero la única convivencia que aprenden en casa está basada en cosas que promueven la individualidad: ver la televisión (sólo se trata de callarse y poner atención, cada quien en su mundo); estar en el internet; cada quien en sus actividades y, si acaso, la familia se reúne y comparte un tiempo juntos mientras comen y cenan (cuando no está la novela de fondo haciendo ruido en el comedor).

Así, lo único que promovemos es que no sepan estar en sociedad; ponemos obstáculos para que sepan hacer buenos amigos, de amistad estable, profunda y duradera. Por lo tanto, también es importante que desde casa los hijos aprendan a convivir, que sepan ser buenos conversadores, a interesarse por las cosas que importan a los demás, etc. Si se promueve un ambiente así en la casa, se capacita a los hijos para lograr una vida más plena, estable y virtuosa.

Aprovecho este tema para recomendar un libro que podríamos juzgar como un canto a la familia, pero con una profunda lección de humanismo: Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes. Es un monólogo donde el padre va contando a su hija mayor algunos de sus recuerdos más íntimos, que son acontecimientos de gran trascendencia para la familia: el encarcelamiento de esa hija por motivos políticos, y la enfermedad y muerte prematura de su mujer, Ana, de 48 años. Desde esas historias conmovedoras, Miguel Delibes traza un retrato de su esposa y de cómo lograba llenar de vida el hogar y de alegría a la familia.